Antes soñaba cada noche. A veces con mujeres monstruosas, otras con diosas del amor, pero siempre eran sueños eróticos.
Llegó un día que paro de soñar. Quizás, según su psicoanalista, estaba relacionado a que llevaba bastantes meses sumergido en una relación estable, donde cada vez las sorpresas aminoraban. A él le preocupaba. ¿Qué podía hacer para encender esa chispa, que contra todo pronóstico, la mujer que amaba, le había anulado?
Empezó a ver pornografía por internet. Se excitaba mucho con ello, pero pasaron los meses y todo el morbo que le provocaba se le acabó.
Fue a médicos, psiquiatras, psicólogos, astrólogos. Ninguno sabía la solución al hecho de que la libido se le había reducido a mínimos peligrosos para la salud emocional de la pareja.
Su amiga, amante y amor le dijo que no pasaba nada, que a ella le había sucedido lo mismo. Si la abrazaba en la cama se sentía satisfecha. Pero para él se convirtió en una obsesión. Toda la vida había tenido fama de ser un semental, ahora casi ni se le levantaba.
La última persona a la que fue a ver, una chamana mexicana, le dijo,
- Mire usted tiene setenta y cinco años, hay gente que funciona a esa edad, otra no. Usted no funciona, se le ha acabado la vida sexual. Prepare a su mujer.
Al cabo de unos días se inventó una cena con esmero, cuando llegó su mujer, sorprendida, sonrió con malicia. Durante la cena hablaron de lo que le había dicho la chamana. Ella no se lo creía. Cuándo él la convenció, tiró los platos de la cena al suelo, preparó la maleta y con sus cincuenta y cinco años y tres kilos de más, abandonó a su amor por insatisfacción sexual.
Él sufrió tal depresión que estuvo medicado y dopado dos años, transcurridos los cuales, salió de nuevo a una vida feliz pero sin sexo.