Él era dos. Era Él y su mujer platónica. Sin ser un Quijote, su locura llegaba a momentos extremos.
Cómo era esa mujer platónica de grandes pechos, caderas anchas donde agarrarse cuando tenía fantasías y lo hacían en postura de perro. Era de pelo largo y sedoso, y sobre todo se caracterizaba por ser muy, pero que muy divertida, para contrarrestar su aburrimiento permanente.
Un buen día iba paseando en busca de algo para comprar, no sabía el qué, pero algo que le quitase la ansiedad que tenía, cuando se cruzó con su amor platónico.
Fue corriendo hasta que la alcanzó y arrodillándose le confeso que era su Don Quijote, pero con salud mental.
Ella, riendo, le dijo, ven, que nos vamos a comer unos Espaguetis a la Rabiatta y a beber un Lambrusco.
Fueron a un restaurante italiano del Born. Ella, Alicia, se dio cuenta de que a su pretendiente le faltaba más de un tornillo. Pensó, pero es igual, si a él le faltan dos tornillos, a mí me faltan tres, somos unos locos en un mundo de cuerdos, juntémonos que la unión hace la fuerza.
Alicia, invitó a su Don Quijote a su casa y se pusieron a beber unos cubatas, para acabar en la cama, dándose amor y placer mutuamente.
Cuando Él ya no podía más, le dijo, ahora ya me puedo morir, me has hecho un hombre, y encima estoy con mi amor ideal, platónico e inesperado.
Alicia le preguntó:
- ¿Te puedo pedir algo?
- Lo que quieras.
- Tú estás loco y yo también. Sumemos nuestras locuras. No te alejes nunca.
- Tus palabras son órdenes mi Dulcinea.
Se acabaron la botella de ron y se pusieron a dormir.
Todas las noches, para ellos, a partir de entonces, iban a ser semejantes, y la locura agrandándose día a día, los convirtió en dos excéntricos en un mundo de concéntricos.