Poemario redactado entre 2004-2005. En honor a lo inhóspito del hogar…
Tardes tumbado al lado del fuego,
en exigentes inviernos,
miro la tele sin interés
cuándo lo importante
es la calor.
Jersey de lana,
entre paredes
que transmiten frío,
y dónde tus llamas,
fuego amigo
es como si me
diesen de comer.
¿Cómo las pintaría?
rojas, naranjas o amarillas,
mezcla de colores calientes
para un dibujo que calienta.
Dibujo del fuego.
Antaño los miembros
contaban historias
al lado del fuego,
ahora el gas natural
no sirve para esa
literatura familiar.
Chimenea, fuego, navidad
invierno, que sin ser
sinónimos se interrelacionan,
en la casa en que vidas
y espíritus viven sólo
por el color del calor.
Ni las brasas me calientan,
mientras cocino mi vida
atemperada.
El calor de la casa
que enciendo
en mi hogar.
Y entre puntos y seguido
voy narrándome
mi historia
sobre la alfombra,
que las chipas del hogar
nunca encenderán,
pero que me ayudan
a recordar.
Ni el hollín me habla
de pesares.
Quiero la palabra,
el calor de la
frase
en mi fría estancia.
Y si tuviera leña
y chimenea,
en invierno
y en verano
la encendería,
para descansar
en mi alcoba
junto al crepitar
de las brasas.
Te pintaría del
color de la cal,
amiga chimenea,
cada vez que
mi fuego compañero
te dejara en
tinieblas.
No quiero televisión,
ni música, ni ruidos,
en mis anocheceres
solitarios, entre
literatura y versos propios
desquiciados.
Vamos al calor de
amante inexistente,
de mi casa en
llamas, al saberte
en un futuro
presente.
Cociendo el caldo
de la tranquilidad invernal,
descanso, casi invierno,
al lado del hogar
entre llamas leo,
a Whitman y
a Pessoa.
Dos continentes,
dos épocas,
el optimismo
y la derrota
para crear mis lineas
entre los míos,
la imagen y
la melodía.
No quiero que me cortéis
leña, para calentar
un cuerpo desgastado,
que es el mío.
El fuego se ha
de encender
con madera
seca y no verde,
de nada sirve
desarbolar lo
que al final
se desarbolará.
Para mi calor
personal tengo
mi jersey, mi escudella
y quizá una
sorpresa,
en forma de
grata compañía.
Por la calle fría
voy camino de mi
habitáculo,
dónde no sé qué
me espera,
el frío de la pereza
o el calor del arte.
Ya en casa
no escribo versos,
pero enciendo
el calentador
en espera
de la voluntad
inquebrantable,
con música,
una manta
y mi libro
de momento
favorito.
Recuerdos, quiero olvidar,
menos la hoguera,
la charla y las
patatas asadas,
entre gente casi
desconocida,
antes de volver
a la realidad
que forma
la ficción
de mi vida.
¿Por qué en mis casas
siempre ha hecho
frío, y en tan
pocas había
hoguera?
El calor debe
ser sinónimo
de vivienda,
el frío
de soledad.
Como si estuviese
tumbado al sol
en un caluroso
día de verano,
descanso en mi
lecho en este helado
febrero.
El frío es
sicológico para
los amigos de
la compañía
y los pucheros
de lentejas.
Oigo el placer del pájaro
que tiene una casa tan
amplia como el cielo
bajo el tórrido sol o
la a veces añorada lluvia.
Algún día, yo presumí de
libertad, ahora estoy atado
a mi estrecha vivienda.
Como me gustaría ser como
el pájaro para silbar
en la ventana de la
preciosa de la vecindad,
o a la puerta del amigo
apátrida.
Para eso compré mi manta
polar, para que al sentirme
solo en mi casa, el lecho
estuviera caliente, aunque ya
no venga nadie a caldear
mis piernas, toda mi piel,
y mi salvaje intelecto natural.
¡El hogar, ay, mi hogar!
Si yo fuese fuego siempre
sería controlado, como
soy humano soy disperso
y solitario.
La otra noche
no quería dormir solo,
la mejor manera,
saco momia con gran almohada
y unos tristes tangos sonando.
El calor del saco y el
roce de la almohada
junto a un tímido
recuerdo de mi casa
lleno de sonrisas, calor y sexo
me excitó.
No había solución, la única
que encontré fue enchufar
música electrónica y
recordar una fría noche
en un pub inglés en
el centro de Leeds.
Ya no hubo ni excitación,
ni sexo individual, ni calor
en mi frío “living” céntrico.
Me cubro con mi manta individual
y me dispongo a soñar con
un film sobre relaciones de Rohmer.
El frío me cala y la manta
no es capaz de transmitirme
compañía en una casa envuelta
en literatura, a falta de
conversaciones.
La película de Rohmer
acaba bien y mal,
el marido vuelve con su mujer,
y el amante busca calor
en las noches de la ciudad
de las luces, los indigentes
y las individualidades.
Recuerdo cuatro troncos de pino,
maleza seca y unas páginas de diario,
que se quemarían con sus fatalidades
del mundo, para calentar la casa
de la familia de lo prohibido,
dónde huele a silencio por
los males pasados.
Y el rincón donde llegará
el calor de las hogueras
me pertenecerá para
leer poemas de Neruda
desesperados, junto a mi
café con leche y unas
caladitas de ducados.
Tardes paseando por
veinte metros cuadrados
después de la vida
del silencio, del
escuchar historias
irreales, de ver posibilidades
de infortunio.
Por la noche regresaré al hogar
a descansar en el letargo
de las penumbras, con
olor a nicotina, no
humo de pino como
en las horas últimas
de un año tranquilo,
de un año familiar,
donde las amistades
llegan y se van,
se conocen y a veces
se rechazan.
El mejor café con leche,
es el de las seis de la mañana,
envuelto en mi manta térmica
en mi casa helada de espíritus,
en vísperas de escuchar melodías
y de leer algunas líneas
a veces banales, a veces no.
Y cual es la mejor hora
para el calor de la amistad,
para el sexo desenfrenado,
para querer y no poder,
para el cigarro y las caricias,
para las historias bajo
el aire acondicionado,
ya que si entra en mi casa
una hoguera, el sobrante
soy yo y mis pesadillas.
Como si se tratase
de una película
voy recordando
mi vida en casas
propias y ajenas,
al calor de las velas íntimas
o fuegos calientes luchando
con las humedades incrustadas
en mi sexo.
¿Cuál fue el hogar más
dichoso, el menos conflictivo,
el único donde juego
calor y sexo se mezclaban?
esta fue la casa
de la primavera permanente.
Si Bogart existiera
sería mi compadre,
entrando en casas
y vidas sin inmutarse,
haciendo despedidas
épicas, como sólo
un caballero es capaz
de crear, y al fuego
me enseñaría como
se inhala el humo
de la seducción,
y como ser violento
pacíficamente.
CANTOS
Hogar rojo,
de historias prohibidas
donde el sol
siempre acaba muriendo.
Fuego empírico
que calientas
los pies
que algún día
se acercarán
a mí.
Fogones del olvido,
cocina para relaciones,
dormitorio de soledad.
La casa de mi amigo
alguna vez fue mía,
la de mi amiga
huele a intimidad.
Mujer añorada,
aunque te vea mañana
siempre estás
demasiado lejos.
Esqueleto húmedo,
no únicamente la
manta me defiende
contra el frío, aunque
la historia de mis
amadas en sus casas
me hiela.
No hay nada como un gran
lecho en un hogar caliente
para darlo todo
trabajando.
Y si pudiera conocer
a mi vecina inexistente
entre el calor
de sus sábanas
dejaría mi hogar.
Niños, niños, disfruto
como un niño
pereceando entre
mis cuatro paredes.
No tengo hambre,
ni frío, ni sed,
sólo ansío un poco de calor
en forma de piel
para escuchar esta melodía
sobre nuestra soledad.
Comiendo mi ración de pollo asado,
pienso en como calentar
mi piel tras el paso
por mi hogar de mi
amante soledad,
¡chimenea!,
no existes,
lecho, sólo
traes recuerdos,
pesadillas y excitaciones.
Quiero cambiar la oscuridad de
mi casa y mi mente
por flores primaverales
del nacimiento de la vida.
El amor, no tiene sentido
en un mundo en que
las noticias heladas
te humedecen hasta
el estómago.
Tan sólo quiero
calor,
en mi lecho,
en mi hogar
hasta en las
calles y plazas
donde improviso
versos como si
estuviese ante
la lumbre,
con amigos,
que van cambiando.
Cada año estoy
más lejos de la
locura, de mi
patria,
de mis recuerdos,
y estoy más cerca
de mi instintiva
sensibilidad por los
versos superrealistas
de Vicente Aleixandre
y las películas del
gran Godard,
y sin dificultad
escribo poemas
ausentes de frialdad
como si siempre
estuviera con la mujer
desnuda
de mis fantasías.
¡Que viva el hogar!
aunque no aguante
en él, encerrado ni
una hora,
entornada la puerta
y mi mente
de las heladas
que me impiden
excitarme pensando
en ti, mujer,
de las dobles intenciones
y los infinitos sexos.
Por mi casa mi mente viaja,
y en la calle, bares,
la vida exterior tampoco
se reprime.
¿Qué sería de mi
sin mi imaginación?
¿Qué sería de mi
especie sin
la voluntad y la afinidad?
voy volando sobre mi cama,
estirado, con la calefacción,
e imagino que estoy balanceándome
sobre la hamaca de la copulación,
en el trópico,
donde el sol más que calentar
castiga,
donde en casa te asfixias,
y en la calle crees derretirte
y mezclarte con el cemento
y el petróleo de las latitudes
ricas y pobres a la vez.
Y, en casa sigo soñando,
con una piel que me caliente
y una mano fina que me tranquilice
acariciándome el cuello, y la
espalda, por la columna,
y si a la mano de la mujer
le apetece jugar con mi sexo,
el la dejara y se volverá el
doble que un instante antes.
Con este sueño bajo a la calle
para encontrarme
con la frialdad de la
gente, que me enfría a mi.
Con lo calentito que estaba
en mi casa soñando,
viajando por la ciudad
de la ilusión, donde
los problemas son irrisorios,
y el hachís no sienta mal
a nadie, ni en la cabeza,
y hace reír, y ayuda
a ser feliz.
El no tener problemas
y el no ser feliz
no son sinónimos.
A veces se necesita la mano
de la mujer de mi sueño
aunque sea
en fantasías siempre
alguna vez posibles de
realizar, y más
escuchando al Pink Floyd
de la imaginación,
a la paranoia controlada,
que el fuego inexistente
ayudaría a canalizar,
pero el relax que me
proporciona tener los pies
calientes y la espalda
a ratos fría,
con escalofríos excitantes
que tú no los decides
cuando lo intentas, pero ní decides
tu suerte, tus avatares,
en casas de campo soñadas
con la gran pintura creada,
aunque como, creo que no se pintar,
aunque sea un artista,
también la imagino,
una mujer
desnuda corriendo hacia
el valle donde las
gallinas son salvajes,
y el hombre se dedica
a meditar y a amar,
con parsimonia, sin celos,
de modo tan natural
que puedes controlar
el fecundar a tu mujer,
y si nace un niño,
será del bosque, del prado
y de los gatos salvajes,
para que de mayor
el mundo sea su casa,
y no vea la infelicidad,
ni siquiera pudiéndola
soñar.
Obstaculizo mis pensamientos
mientras la concentración
ansiada a los pies de la
la gran lumbre desaparece.
Meto otro tronco al fuego
y mi mente sólo piensa
en mi calor espiritual,
no tengo fe en la vida
actual, no creo en la
felicidad social, tan
solo vivo de mi mundo
particular, contadas personas,
contados hogares y libros,
para bolar mi imaginación
a otros mundos abstractos,
donde el calor del hogar
sea real, y amar
no sea surrealista
en el ecosistema
del asesinato natural.