Cuando dividía las partes de la herencia, se dio cuenta que al hermano pequeño le habían dejado sus padres mucho menos dinero. ¿A qué era debido? Siempre había sido considerado el preferido de sus padres.
A Alejandro le dio absolutamente igual. Con el dinero recibido se fue a Londres, allí estuvo un tiempo trabajando de cocinero. A la vez estudiaba bellas arte y saxofón.
Las horas libres que le quedaban leía novelas de escritores ingleses en el idioma original, McEwan, Kureishi, Lodge, para avanzar en su aprendizaje del idioma.
Un día quedó con dos compañeros del restaurante, para ir a beber unas cervezas. Cuando llegó al pub no estaban, los esperó. Se le acercó una mujer unos diez años mayor, era preciosa. Empezaron a hablar, era propietaria de una galería de arte, de las más prestigiosas de la ciudad. Alejandro le dijo que estudiaba arte. Sacó una libreta de dibujo y le enseñó sus obras a la tinta y a lápiz.
A Emma le gustaron los dibujos.
- ¿Tienes algunas pinturas?, le preguntó, ¿en lienzos grandes?
- No, pero puedo pintarlo.
- Mira te dejaré para que intentes elaborar tu obra, un estudio de setenta metros cuadrados, era de mis padres, ni lo alquilo ni le saco renta alguna, así que de momento puede ser tuyo. Tiene dormitorio, cocina y baño. Puedes vivir en él.
Fueron a ver el estudio, acabaron en la cama. Después de tres meses, Alejandro le enseñó doce acrílicos abstractos a Emma. Ella, contenta, le dijo:
- Lo que me imaginaba, tienes madera de artista. Es muy bueno, te voy a exponer.
Vendió los doce lienzos a un muy buen precio. Sin acabar sus cursos de bellas artes ya se había convertido en alguien conocido en el mundo artístico londinense. Además de que era amante de una de las personas más interesantes de la ciudad.
Quizás ahora sí que le había tocado una herencia, ya que Emma le regaló el estudio a Alejandro.