Nunca pensaba en la vida, no planeaba el futuro, ni se cuestionaba que le apetecía más hacer en cada momento. Simplemente hacía, elaboraba, componía, porque era lo que se le daba mejor, de ese modo no se aburría durante todo el día.
Tuvo la suerte, de que sus proyectos arquitectónicos nunca enseñados a nadie, los vio un amigo dirigente de un estudio de arquitectura, le entusiasmaron. En poco tiempo empezaron a construir sus diseños. Fotos de sus pinturas, cayeron en las manos una amiga del dirigente del estudio de arquitectura, que poseía una de las más prestigiosas galerías de arte de Barcelona, le interesaron y las expuso en su galería. Y un editor de una editorial de poesía, conocido del arquitecto y la galerista, leyó gran cantidad de poemas suyos, y empezó a publicar libros de ellos.
A raíz de tener éxito con lo que hacía y ganar dinero, se empezó a entusiasmar en lo que para él ya era solo un trabajo. Pero se generó un inconveniente, la calidad de su obra empezó a decrecer proporcionalmente al éxito que iba adquiriendo.
Después de dos años de buenas críticas, éxito y dinero, empezaron las críticas negativas, salían menos proyectos arquitectónicos, pocas exposiciones y cada vez le publicaban menos libros de poesía.
Dani, el artista, cogió una depresión, podríamos decir post parto. Después de años y años de parir obras, se quedó seco.
Seis meses después, creyó que debía hacer un cambio brusco en su vida. Estudió unos cursos de economía y busco trabajo de ello. Lo encontró en una multinacional y le pagaban un sueldo decente. Tenía que viajar bastante. Fue a lo que se dedicó, los veinticinco años que le quedaban para jubilarse.
De sus proyectos creativos, solo le quedaba el recuerdo de una angustia existencial, de la que en aquél momento no se podía librar.
No pensaba volver a intentar crear de la nada, ya que su subconsciente se había quedado en blanco, después de pasar años trabajándolo, y de sacar de él las mejores obras que podía.