El contraste, estaba obsesionado en el contraste, en las pinturas, entre la moral de sus amigos, de las fotografías, de la personalidad de los protagonistas de sus personajes cinematográficos preferidos. El contraste de la naturaleza, tanto en su estética como dentro de su biodiversidad. Pero el contraste en la diversidad de nuestra especie, lo dejaba para reflexionar para dentro de un tiempo. Había decidido que reflexionaría sobre ello, cuando comiese pellote en México. Viaje que iba a hacer dentro de cuatro meses. A partir de dicha reflexión, elaborada completamente drogado, escribiría un ensayo, el título ya lo sabía, “Ensayo desde el más allá sobre los contrastes en la raza humana”.
Mientras iba en metro para jugar a tenis con sus amigos, pensaba en el contraste, cenando con su familia en Casa Leopoldo, veía el contraste de las presentaciones de cada plato, era una obsesión que no se podía quitar de la cabeza.
Incluso follando con su amante preferida, pensaba en el contraste existente entre el deseo femenino y el masculino.
Finalmente, se dio cuenta de que tenía un serio problema, no podía ni trabajar pensando en el contraste. Le acabaron echando del trabajo.
Fue a visitar a una psicóloga, tuvo una sesión de terapia semanal durante un año, al cabo del cuál, los profesionales sabían que no estaba bien, quizás padecía cierto tipo de locura, pero no existía un nombre concreto para esa locura. No era una obsesión común, tampoco una psicosis, ni una neurosis. Le dijeron que hiciera mucho deporte, y que intentase escribir todo lo que pensaba, que se lo enseñase.
El loco en cuestión no se curó nunca, pero pudo encontrar trabajo, y mantuvo a su amante preferida, aunque le tuviese que pagar ochenta euros cada vez que se acostaba con ella, por lo tanto dado su capacidad económica se veían poco. Aunque hay matrimonios que hacen menos a menudo el amor.
El loco no era feliz, tampoco infeliz, era más pasivo que activo, y su obsesión, entre comillas, le hizo escribir un tratado sobre el contraste que ganó diversos premios, no estaba colocado de pellote cuando pensó sobre el tratado, pero sí que se fumaba un canuto cada vez que quería pensar sobre él. El título no lo cambió, y al finalizar de escribirlo su obsesión no se calmó. ¿Era un loco o un sabio? ¿O ambas cosas a la vez?