Porque con la vida no basta

Como cada mañana, Oscar, nada más levantarse, sudaba por sus abdominales y sus flexiones. Seguía  con una ducha y un abundante desayuno compuesto de zumo de naranja, café americano, huevos revueltos, un trozo de queso manchego y dos tostadas con mantequilla y mermelada. Justo antes de salir por la puerta dirección al trabajo, se bebía una copa de Armagnac.

Ya en la calle, cogía su bicicleta y pedaleaba veinte minutos para llegar a la redacción del periódico donde se ganaba el pan. Allí cogía el  equipo y le asignaban lo que debía fotografiar durante la mañana. Lo único que chirriaba en su interesante vida era la falta de amor y que en realidad la fotografía que le interesaba era la de interiorismo, no la periodística. Por la tarde hacía más fotografías, pero si tenía tiempo de moverlas se dirigía personalmente a las revistas. Su amigo y socio de toda la vida, Eugenio, escribía el artículo. Por las noches al llegar a casa, siempre se preparaba una ensalada y abría un queso Brie,  destapaba una botella de vino  Rioja Azpilicueta,  mientras veía algún clásico del cine en blanco y negro lo saboreaba.

Antes de dormir fumaba un porro y leía poemas de Dylan Thomas o una novela de Kureishy, quizás intentaba entender algo del pensamiento del psicoanalista Lacan, para acabar dormido, vestido y quizás con algún nuevo agujero en las sábanas producido por los restos quemados del canuto.

Hasta que las rutinas acabaron aburriéndole, como no sabía que con la vida no basta y no podía ganarse la vida trabajando de fotógrafo de interiores, empezó a escribir relatos breves, en los que aparecían mujeres cuarentonas, que eran un reflejo de sus fantasías.

Una compañera de su trabajo leyó un relato, le gustó y le dijo a Oscar que tenía un contacto en una editorial, si quería hacía de intermediaria y enviaba los relatos para ver si había suerte y se los publicaban.

La editora leyó los textos y hablando con la conocida que se los había proporcionado  le preguntó si le podía presentar al escritor de los relatos.

Fueron quedando Oscar y la editora. Crearon una relación de camaradería en la que la editora quería dirigirla hacia la amistad y Oscar hacia el sexo. Pasó el tiempo, hasta que una noche en la que salieron a cenar, bebiendo más de la cuenta acabaron en la cama de la casa de ella. A partir de entonces la dependencia sexual que sufrieron mutuamente fue esclavizadora, y al final, asfixiados, Oscar decidió que se iría a vivir lejos. Fue a Medellín donde había encontrado trabajo como fotógrafo en la prensa local y publicaba en una de las principales editoriales del país los relatos que nunca había mostrado. Soltero, no buscaba pareja,  su soledad era su obsesión, aunque tenía miedo de volverse maniático y escrupuloso. Aunque ya se dio cuenta de que con la vida no basta.

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