El movimiento circular

El movimiento circular la parecía perfecto. Todo movimiento que hacía, intentaba que no fuese en línea recta, siempre intentaba trazar la curva.

Eso le beneficiaba algunas veces pero muchas otras le perjudicaba. Incluso pensando, evitaba el trayecto rectilíneo, o sea el más corto.

En el trabajo tardaba más, pero se daba cuenta de algunos matices que el resto de compañeros no percibían.

A algunas mujeres les cansaba tanta parafernalia, cuando en asuntos de ligues estamos en una época en la que se va al grano. Incluso en pleno acto sexual su movimiento lo hacía algo circular, para el placer de algunas y el desespero de otras.

Algunos psiquiatras le diagnosticaron que tenía una obsesión psicótica, cuando él les contaba qué el círculo se lo mandaba un Dios, y él era el enviado de ese Dios, para implantarlo en la tierra.

Arturo, pensaba que los psiquiatras no entendían nada. Qué realmente él era un mensajero de la divinidad. Y que el día que no estuviese seguro de ello, su vida carecería de sentido. Que brutos pensaba Arturo, que poco comprenden la realidad, y encima me intentan dopar con medicación.

Las amantes, que eran muchas lo tomaban por un excéntrico loco, o por un loco sin más, sabio en el arte de amar. Su libro de cabecera era El arte de amar, de Erich Fromm.

La vida fue sucediéndose a veces con parsimonia y otras veces con estrés acumulado por el peso de la incomprensión. Su situación en las relaciones, descompensada, siempre sufría de colapsos estéticos y emocionales, pues él solo sentía por su Dios y solo veía bello a su Dios. Pero Él le decía que la satisfacción sexual era sana para la claridad mental y la salud intelectual. Por lo tanto follaba lo máximo que podía.

Un día se lo encontraron muerto en el sofá de su casa. Con el pene salido de la bragueta y con una nota que decía. “Me he dado cuenta que no hay Dios posible. Mi mente ha descubierto la verdad. Sin Dios y sin el movimiento circular no tiene sentido mi vida. Digo adiós a todas mis amantes. Os añoraré, tanto a vuestras mentes como a vuestra vagina. Arturo.”

 

 

 

 

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