La suerte y el destino no existen, afirmaba, convencida Anna, en el grupo de intercambio. El grupo se reunía cada miércoles por la noche. Hablaban de los problemas de las mujeres. Todas tenían entre cuarenta y cincuenta años. La mayoría tenía hijos. El ochenta por ciento estaban separadas. Pero lo que las unía era la falta de amigas verdaderas que tenían.
Todas esperaban encontrar allí a su gran amiga. Anna, además de ser una intelectual e improvisadora de la palabra en situaciones convencionales, tenía un gran déficit. Era muy débil emocionalmente. Todo le afectaba y por todo se hundía.
Las compañeras del grupo, le aconsejaron que iniciara una terapia psicológica. Otras del grupo, bromeando, le dijeron que necesitaba un buen hombre. A lo que ella contestaba dolida. Todos los que han pasado por mi vida me han hecho un daño…
El grupo siempre se reunía en el mítico 4 Gats, lugar de reunión del círculo de Picasso, en su época barcelonesa. Al bar, también iba un grupo de hombres de edad parecida.
Anna, notó, que uno de esos hombres, cada miércoles le miraba repetidamente. Empezó a tener fantasías sexuales con él. Se masturbaba y el señor empezó a ser una obsesión.
Un miércoles, Anna se acercó al grupo de hombres y le dijo al señor si esa noche quería quedar con ella.
Pasaron la velada hablando, bebiendo y riendo; para finalizar en casa de Anna, dónde pudo satisfacer sus fantasías, retenidas durante semanas.
El hombre, Nicolás, pasó a ser un eje central para Anna, su punto de apoyo. El intelecto de Anna, nutrido de libros e investigaciones universitarias, se veía reforzado por el amor de Nicolás.
Se completaban, se amaban, se atraían, y hacían todo lo posible por satisfacer la atracción.
Anna, gracias a Nicolás, fue ganando en madurez emocional. Nicolás, gracias a Anna, ya no se sentía en la más absoluta soledad.