Su dogma era la absurdidad. Nihilista declarado, su vida era la de un ser efímero, como todos, al que le gustaba hacer deporte y recuperar todas las calorías perdidas con un buen civet de ciervo, y dos o tres botellas de buen vino tinto. Sin ser un enólogo, le gustaba catar diferentes vinos, creía percibir distintos matices de sabor.
Después de las dos o tres botellas de vino acompañando la comida estaba preparado para manchar lienzos y más lienzos, todos ellos abstractos, de los que algunos decían que eran basura, y otros decían que representaban un cosmos caótico del que muy pocos son capaces de captar, y menos plasmar en una imagen, ya sea pintada, fotografiada, esculpida o filmada.
La absurdidad para Nacho era lo cotidiano, ¿cómo podía ser tan importante y vital lo cotidiano y a la vez dar tanta pereza y cansancio? Hacía que la vida de muchos estuviese sumergida en la angustia e incomprensión. ¡Si yo todo el día querría estar componiendo poesía! En cambio me lo paso peleándome con mi mujer por cosas insustanciales.
La última exposición que hizo en una galería de Londres había sido todo un éxito. Los londinenses están más acostumbrados a la experimentación creativa que los de aquí, decía Nacho cuando le preguntaban, ¿como era posible tanto éxito allí, en cambio aquí…?
La vida fue transcurriendo sin sorpresas, pasaron por su cama diversas parejas, cada una más atractiva que la anterior. Vivía holgadamente, no era rico, pero podía vivir de la pintura, poseía un ático en Poble Nou, un estudio para trabajar en el mismo barrio, y un apartamento más bien pequeño pero coqueto en Cadaques.
¿Cómo todavía podía tener como dogma la absurdidad? NI el mismo lo entendía. Mucho menos sus allegados. Pero formaba parte de la absurdidad de la vida, no pasaba hambre, podía permitirse casi todo lo que quisiera, estaba satisfecho sexualmente, tenía éxito en su trabajo, que además era su pasión. Hubiese querido unas horas más de lectura semanales, pero, y qué.
La cotidianidad, cuando algo se vuelve cotidiano y aburrido pierde interés. Llega la forma de vivirlo mecánicamente. Por ello quería relaciones explosivas, con altibajos, cuando se estabilizaban mucho las terminaba.
Pero un día le pasó una cosa. Una exposición que hizo en Barcelona no obtuvo ni una sola buena crítica, además, se enamoró de una mujer con la que se acostó durante la añorada y recordada exposición de Londres.
Quizás era el momento de cambiar de cotidianidad. ¿No era esa la absurdidad que sentía?…