Es como el principio de no contradicción, en la vida si no se es sincero se sufre las consecuencias.
Laura, siempre, durante cada minuto del día, su imaginación viajaba por los lugares más inhóspitos o ideales que uno se puede imaginar. Siempre que se encontraba con alguna amiga, le explicaba lo último imaginado. Las amigas creían que tenía un poder especial, que no era otro que el de la locura, y se preguntaban, ¿cómo podemos hacer para que Laura pise suelo firme?
Pero la locura que padecía Laura, las inundaba de cierta envidia. Mientras que ellas emocionalmente eran lineales, Laura padecía un torbellino de sensaciones y sentidos que hacían de su vida algo inesperado y siempre nuevo.
Una noche, que estaba muy nerviosa en su casa, bebiendo una infusión de maría luisa y jengibre fresco, notó que se le agitaba la respiración, tenía calores intensos y una angustia, que le transmitía una aceleración del ritmo cardiaco preocupante.
Empezó a imaginar más de la cuenta, pensando que era la diosa del amor empezó a desnudarse y salió a la calle.
Allí empezó a correr enloquecida, y cuando se cruzaba con alguien, hombre o mujer, le abrazaba, lo besaba y restregaba su cuerpo provocativamente con el del extraño.
Acabó llegando la policía, poniéndole una manta a Laura por encima, se la llevaron a un psiquiátrico. Estuvo bajo observación unos días, dijeron que era una persona totalmente normal. Que el día que bajó a la calle, sufrió un pequeño brote de psicosis que había controlado ella sola. Que eso podía pasarle a cualquiera.
La dejaron libre, pero Laura sabía, que normal del todo no era, que tenía una imaginación por encima de la media. Que tenía que canalizarla y hacer algo productivo de ella.
Así fue como Laura empezó a esculpir madera y granito, a moldear fango y yeso. Y se convirtió en una de las artistas más influyentes de su época.